Antes de que empiece el partido, cada uno debe estar en su lugar. Nada puede ser distinto. Y el ritual hay que repetirlo, aunque signifique un sacrificio. Por ejemplo, viajar tres horas y media al trabajo, y otro tanto de vuelta, aunque ese día le toque franco. Es el caso de Luciano L., que es vigilador, tiene 31 años y trabaja en un barrio cerrado en San Isidro.